lunes, 30 de noviembre de 2009

Infancia negociable


Si la infancia fuera negociable,

¿cómo serían los adultos de hoy?


A tí, niña que quiere ser grande,

a tí, niño que quiere ser señor.



Ahora que me ves, adulto. Un señor. A lo mejor viejo para ti... quizá pienses que no te entiendo.

Tus ojos de niña hacen que me vea viejo, que parezca que somos diferentes, porque somos diferentes, pero también fui niño, tuve 3, 7, 11, 13, 15 y llegué a los 16, que es cuando dicen que ya no eres niño, sino joven. Por gracia de Dios tengo ahora 38, y espero vivir muchos más.

Te veo y me acuerdo de mí cuando era niño... Quería ser grande.

Quería ser adulto por muchas razones. A veces era porque quería poder hacer todo lo que los adultos hacen y que a mi no me dejaban. Otras porque quería brincar etapas de mi infancia que sólo siendo adulto podrían haber pasado. Brincarme el momento de confesarme por primera vez, ser adulto y ya tener hecha mi primera comunión porque me daba mucho miedo decirle todos mis pecados al sacerdote.

A veces quería mágicamente ser adulto, haber pasado el momento de enseñarle a mis papás las notas de la escuela donde reprobaba materias. Si fuera un adulto no tendría que enseñárselas, es más, siendo adulto eso ya habría pasado.

Pero no fue así... Tuve que ser niño. Tuve que confesarme, tuve que enseñarles las calificaciones a mis papás y no reprobé una, sino varias veces.

Tuve que vivir mi infancia, tuve que enfrentar mis miedos, tuve que pasar por todo. Vivir mi vida. Ser yo niño para aprender a ser adulto.

Como me daba cuenta que ser niño era algo que no podía cambiar, seguía deseando a veces ser adulto, pero dándome cuenta que seguía siendo niño... jugar con carritos aunque la voz me estuviera cambiando. Enamorar a las niñas pero pidiéndole a mi mamá dos pesos para comprarme un dulce. Se me antojaba un dulce... no había dejado de ser un niño.

Pasé mi infancia con sus altibajos. Con cosas buenas y cosas malas, pero ahora que tengo 38 miro hacia atrás y me da gusto que así haya sido. Que si no hubiera hecho mi primera comunión y confesarme por primera vez no hubiera sentido el placer de verme liberado de culpas y remordimientos. Si no hubiera enfrentado a mis padres con las boletas no habría aprendido a enfrentar otros miedos que, cuando eres adulto, son más intensos.

Si no hubiera ejercitado el “músculo” del pensar, de enfrentar los riesgos, de vivir la vida en el momento que me tocaba no hubiera aprendido muchas cosas.

Y veo, con gusto, que por no haber adelantado ninguna de mis etapas soy un hombre feliz. Si bien no hice muchas cosas que hubiera querido y que ahora no podré hacer, hay muchas otras cosas que hice y que hoy recuerdo con placer. Hay muchas cosas que hubiera querido hacer y que espero poderlas vivir. Otras que si no las hice yo puedo ayudarle a hacerlas a los niños que conozco y que quiero. Como tú.

¿De veras crees que eres libre?

Cómo ves la libertad tú?

así es como la veo yo:

En la permanente búsqueda del ser humano por su libertad, he visto que algunas veces se comenten excesos, es muy fácil cruzar la delgada línea que divide el ser libre del ser libertino. Ser libre no es el pretexto ideal para hacer estupideces, ser libre no es hacer exactamente lo que uno quiere, el ser que se sabe libre no daña a los demás, sabe que su libertad termina donde comienza la de otros, el ser libre respeta a todos, porque su sentido de la libertad lo obliga, sin hacerlo esclavo. Ser libre es cumplir a cabalidad nuestras promesas, el ser libre cumple lo que promete no porque eso es lo que esperan los demás, sino porque, en algún punto de su libre elección, se comprometió consigo mismo.

Recuerdo una ocasión que un amigo me hizo una promesa, tiempo después yo sentí que estaba un poco obligado y que le convenían opciones diferentes a las que habíamos convenido, por lo que decidí decirle que le devolvía su promesa para que tomara la decisión que más le conviniera a lo que él respondió que no, ya que, según me explicó, su palabra era palabra de rey y que lo que él prometía lo cumplía por él mismo, no tanto por lo que los demás esperaran de él. Ese día, aprendí una gran lección: ser libre es también volverte esclavo de tus propias decisiones, paradójico o no, el verdadero ser libre se ata a sí mismo, el ser libre responsable se compromete, en primer lugar con sí mismo y luego con los demás de forma que, en el ejercicio de su libertad respeta lo que él mismo, bajo su libre albedrío decidió.

Si yo, ejerciendo mi libertad, le prometo a alguien hacer algo, desde ese momento ese algo que prometí es una promesa a mí mismo y mi libertad me obliga a cumplirle, si no, habré fallado.